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Anoche nos preguntaban qué eran para nosotros las bibliotecas, los libros. Para mí, un refugio contra las ausencias de la vida que me hizo devorar los libros que heredé de mi padre y los poemas, a los que llegué desde Machado.

Pero soy, sobre todo, hijo de un modelo de consenso que permitió que, con pocos años, pudiera ser usuario de la Biblioteca Infantil, entonces en el Parc de l’Estació, y devorar la vida y las historias de los libros, pero también la vida de las bibliotecas.

Los Ayuntamientos hemos sido paganos de una crisis honda. Económica, pero por encima de eso de valores. Por eso ahora, sin tutelas, pero con firmeza, nos corresponde alumbrar y proyectar al futuro una red de Bibliotecas que siga cosiendo barrios, palie la fractura de la brecha digital o combata la soledad y las enfermedades mentales del tiempo líquido. Y que nos genere, siempre, a cada paso, preguntas nuevas. Nuestras ocho bibliotecas no son un gasto, sino una inversión, y puede que tampoco podamos medir con datos el retorno económico de cada inyección en el presupuesto. Su rentabilidad es social. Ha salvado a muchos de la soledad, las ha convertido en la última frontera contra el individualismo, y ahora nos prepara con orgullo para proyectar lo mejor de nosotros más allá de nuestras fronteras.

Porque en Gandia se lee más, se pisan más Bibliotecas y se prestan más libros que en todas las demás ciudades de nuestro tamaño. Y eso nos ha formado a generaciones enteras, y nos permite, como a mí ahora, dirigir la concejalía de una espléndida red que hoy ha sido orgullo nacional. Que late como pocas veces con Gandia porque laten en ella los profesionales de las Biblioteques Gandia, la vida de los libros y la vida que bulle en cada una de ellas. Seguimos necesitando una ciudadanía capaz de hacerse preguntas. De no descuidar ninguna respuesta, de ser críticos y de trascender al milagro de lo breve. Ningún espacio, pues, sin ideas; ninguna idea sin espacio, en esta ciudad tan digna y tan brillante. #SomBiblioteca

 

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