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El día en que Gene Kelly cantó bajo la lluvia tenía 39 grados de fiebre. Aunque con temperatura muy alta, bailó enérgico y sonriente, risueño y resuelto. Su escena no es solo icónica: retrata también el estoico espíritu de lucha en tanto que la tormenta arrecia. Dos meses después de una tormenta que ha llenado de sombra las calles y los hogares, los planes detenidos y los días extraños, y que ha varado otra vez el presente de varias generaciones, arrecia la lluvia fuerte que cala como en la película de Gene Kelly. Hacemos acopio de fuerza con febrícula. Dejamos que el temporal cale antes de saber si amainará. Porque lo propio se ha convertido en lo incierto, y hacemos acopio de las pocas certezas que, entre el temporal, aguantan en pie: la trinchera de lo público, la fragilidad de los afectos, lo inquebrantable del amor. El mundo regresa a una normalidad de vuelta que se antoja inédita: será difícil abrazar, habrá que profesarse afecto mutuo a varios metros de distancia, solo una mascarilla bastará para sanarnos. Lo inédito de la distopía alcanza y sobrepasa los libros de ficción que no profetizaron la altura y envergadura de la pandemia histórica, capaz de moldear las ciudades, los hábitos y los ciclos del mundo.

Será complicado calcular, cuando aún supura la herida, la dimensión de la tragedia. Pero habrá algo de estoicismo en perseverar en las conquistas de libertad que, como rendijas de luz, deja el regreso a la inédita normalidad donde todo se celebra bajo estrictos protocolos de observancia. El mapa que guía nuestros pasos monitoriza también los trayectos y mide la temperatura antes de pertrecharnos en espacios nuevos que son, sin embargo, los mismos. Nos prometemos no cambiar, y en eso andan reafirmándose los desastres de profetas, pero esta herida será como el silencio del encierro: invisible, perseverante y lenta. Habrá que anidar en la felicidad, perseverar en la alegría, para magnificar la resistencia. Y hacerlo como se merece: a la altura del primer reto que hemos superado, capaz de hacer honor al reto siguiente que nos viene. El de preservar los tejidos de protección que parecen, como el silencio, heridos en los días raros. Sin embargo Gene Kelly ardió antes de mojarse. Y en la perseverancia de la alegría la historia le guarda, estoica, su icónica resistencia. Es un buen pretexto recordarse vivo en la herida, y sonreír, bajo esta persistente lluvia después de la sombra, para conocer en la alegría la resistencia.

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