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Dos semanas después de confinamiento, cualquier perspectiva o certeza resulta imposible, de manera que imposible fue también anticipar la magnitud de un drama sanitario que, controlado, pasará a ser un enorme reto social y económico. Se avecina una fuerte depresión económica, de fuertes consecuencias sociales, cuyo reto será extinguir en el menor tiempo posible con medidas eficaces, con el retrovisor puesto en la última gran crisis financiera: tenemos los errores tan cerca que habremos de echar mano del recuerdo para no repetirlos. Resulta imposible el cálculo o la dimensión de este shock que nos ha dejado confinados y temerosos. No nos hemos repuesto aún del trance. Veremos su magnitud al reponernos, al abrir con seguridad las puertas de casa, que hoy nos encierran en el mejor espacio de confort, donde la reclusión salva vidas.

Más que las consecuencias estadísticas, me sobreviene una certeza de la que tampoco soy capaz de reponerme, aún: cuando todo esto pase no seremos los mismos. Seremos otros, sin duda distintos, y el reto colectivo será que ese profundo cambio también de las relaciones humanas nos haga mejores a todos. Porque es evidente que, sin conocer la magnitud del cambio, de la nueva era que se abre después del tiempo de las sombras, parafraseando a Gramsci, sabemos que somos otros cuando nos reconocemos, a duras penas, en los rostros de los demás. Que hemos impuesto una distancia recomendada, que no damos abrazos, ni apretones de manos, que no celebramos nada en la calle –ni hay calle abierta a los sueños ni hay nada que celebrar, al menos hoy aún ni siquiera la vida–, que nos saludamos con recelo en el supermercado, que hacemos acopio de productos mientras miramos con recelo al que hace cola detrás de nosotros, por si acaso, con tantos apriorismos que a la distancia física hemos añadido otra, quizás insalvable, que incide como nunca antes en los afectos de una sociedad tan viva como la luz que nos niega este cielo de cenizas.

Somos otros, y habremos de asumirlo y aprenderlo para que el nuevo tiempo imponga formas de ver las cosas que inviertan los viejos valores y, en una gradación nueva, nos conviertan en mejores. Para eso sirvieron otras catarsis en la historia. Para eso son los tejidos que generan vínculos de comunidad entre tanta distancia. Porque para eso son también los recados entre vecinos, la mano tendida que parece lejana pero está cerca, en la compra o el acopio de medicamentos; para eso sirven los aplausos en los balcones, el reconocimiento en el esfuerzo de los demás, que no es heroico sino cívico, y que después requerirá devolverles la dignidad perdida en los años de recortes con una inversión que esté a la altura de su sudor… Para eso está el sentimiento de comunidad que desmonta la distancia impuesta, y que nos descree del modelo de sociedad de las últimas décadas, que quizás nos varó aquí, en esta orilla donde todo parece naufragio. Sin embargo seremos otros y nos corresponderá ser mejores. Porque de entrada nada será igual. Pero aprenderemos, seguro, a distinguir en la diferencia la magnitud del reto. Y volveremos a estar a la altura. En la distancia de un abrazo que será más largo que este confinamiento. Seguro.

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