Post Image

El verano parece, como en la canción de Vetusta Morla, la rendija por donde la tarde le ha ganado la partida a la luz del sueño; el estado catártico del sopor del mediodía, donde vencer el sueño con el relato, y la voz lenta, de la ascensión del Tour. El relato de la batalla en la montaña del quiero contra el puedo. Y el trazo en el suelo de los nombres de los que se compondrá septiembre, ahora que la tímida vuelta arrastra una leve derrota del tiempo del verano. Es la hora de la noche más corta, la brisa despeinada atreviéndose a desafiar el estado de calma de las cosas de la canícula, o las tardes donde las playas vaciadas acuden a nuestras manos vacías de paisajes. Tanto, que necesitamos el éxodo a la costa para garantizar una mínima arqueología de la memoria que nos mantenga indemnes.

Ha llegado septiembre. Ahora solo una leve desazón, pero en la memoria, toda una odisea. Llenábamos el coche hasta los topes, incluso con las plantas de mi abuela, y con las primeras lluvias certificábamos un camino de mudanzas que se asemejaba a un éxodo intranquilo. Dejábamos la casa vacía, y la brisa de otoño prologaba noches más frescas donde abríamos el piso cerrado en verano y dejábamos correr el aire de las noticias de septiembre: los primeros coletazos del Carrusel Deportivo, las voces del gol en Los Pajaritos, los cromos de la colección que ampliaríamos en el colegio –ay, el colegio; qué runrún de vuelta el abrir los libros con el temario desconocido–.

El verano certificaba el final cuando la luna brillaba con menos fuerza y los fuegos de artificio de los pueblos vecinos no llenaban los silencios de nuestra conversación de sillas en la puerta. El barrio se había vaciado de niños, la televisión enseñaba un atasco en la Nacional e incluso Lady Di se moría, sin saber yo qué era morirse. Primera tormenta de septiembre. Todos los nubarrones, con todas las incertezas pintadas como los nombres del Tour, antes de saber que la vida acumulaba algunas ascensiones de Tourmalet que vencer con nuestro ánimo de ojos de puerto y piel de mar y salitre. El verano indemne, nosotros tan perdidos. Vuelta a empezar. Agosto nos trataba bien porque sabía llamarnos por nuestro nombre.

Facebook